OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ- Desde que me gradué de universidad en 1972 e inicié mi carrera profesional en el Citibank, una de mis primeras misiones internacionales fue en Haití, como subgerente de la sucursal en Puerto Príncipe, durante el régimen de Jean-Claude Duvalier. Ya entonces era evidente que la inestabilidad política, la miseria institucional y la fragilidad social de Haití representaban un riesgo latente para la República Dominicana. Sin embargo, generación tras generación, hemos preferido mirar hacia otro lado, convencidos de que Haití era “otro mundo” y que sus tragedias eran ajenas a nuestra realidad. Craso error.
Hoy, medio siglo después, ese riesgo se ha convertido en una amenaza inminente. Haití no solo colapsó como Estado; se convirtió en una zona franca del caos, gobernada por pandillas y estructuras criminales. Y aún así, la comunidad internacional insiste en que la solución debe salir desde dentro… o peor aún, que somos nosotros, los dominicanos, quienes debemos resolver el problema. ¿Pero cómo? ¿Con qué recursos? ¿Con qué margen de maniobra política?
Decir que la solución haitiana es “nuestro problema” no es errado. Lo es. Porque el desborde migratorio, la violencia, el narcotráfico y la inseguridad no conocen fronteras cuando se desatan. Pero asumir esa responsabilidad solos, sin el respaldo decidido y económico de las grandes potencias, es suicida. Haití es un asunto de seguridad regional, y la República Dominicana no puede seguir siendo la muralla solitaria del Caribe.
La reunión sin precedentes del presidente dominicano con tres exmandatarios nacionales —Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina— no es solo una foto histórica; es una señal de alerta roja. Que figuras con visiones políticas tan distintas se sienten en la misma mesa por Haití es un grito colectivo que clama por acción. Y si a esto se suma el respaldo de figuras como Marco Rubio y influencia del presidente Donald Trump, el momento es ahora.
La geopolítica no espera a los indecisos. Necesitamos actuar con contundencia: presionar para una intervención militar internacional que desmantele las pandillas, proponer un protectorado civil-militar temporal respaldado por la ONU o la OEA, canalizar ayuda humanitaria bajo vigilancia multinacional, y apoyar el restablecimiento institucional de Haití desde fuera, si es necesario, con ayuda de mercenarios especializados. No se trata de una invasión, sino de una vacunación a tiempo.
La historia nos lo advertía. Hoy la realidad nos lo exige. República Dominicana no puede seguir escondiendo la cabeza como el avestruz. El cuerpo entero está expuesto. Y si no actuamos ahora, mañana será demasiado tarde.