OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, para 7 Segundos Multimedia.- Cada mañana, cuando abro los periódicos y leo sobre las supuestas “soluciones” al problema del tránsito en la República Dominicana, me embarga una profunda tristeza. No por falta de voluntad de algunos, sino por la superficialidad e inmadurez con que se están abordando los síntomas de un problema estructural. Nos hemos convertido en el hazmerreír de la región al pretender que restricciones como “no doblar a la izquierda”, “usar rutas dentro de residenciales” o colocar más agentes de AMET (DIGESETT) en las esquinas resolverán un caos que tiene raíces mucho más profundas.
El colapso del tránsito dominicano, especialmente en Santo Domingo, no es un accidente. Es el resultado de décadas de desinversión en infraestructura vial, de la ausencia de un sistema de transporte público digno, organizado y eficiente, y de una economía que, en vez de fomentar la producción nacional, ha incentivado el consumo desmedido de vehículos a crédito, solo para inflar las recaudaciones aduanales.
Tenemos una jungla motorizada, donde circulan cientos de miles de vehículos por encima de la capacidad real de nuestras calles. Cada familia tiene dos, tres y hasta cuatro vehículos, no por lujo, sino por necesidad: porque no hay tren, ni metro funcional fuera de la capital, ni autobuses suficientes, ni seguridad ni previsibilidad en el transporte colectivo. El parque vehicular crece sin control, incluyendo miles de chatarras que deberían estar en desguaces, pero que siguen circulando porque “son el sustento del padre de familia”, una excusa socialmente peligrosa que perpetúa el problema.
A esto se suma la anarquía urbana del polígono central, donde decenas de colegios privados generan un cuello de botella diario con horarios escolares que coinciden exactamente con los horarios laborales. ¿El resultado? Una fórmula perfecta para el desastre: tapones monumentales, estrés colectivo, pérdida de productividad y contaminación sin control.
Y no hablemos de régimen de consecuencias. Aquí nadie paga por violar las normas, por mal estacionarse, por bloquear intersecciones, por tener vehículos sin condiciones mecánicas. La impunidad es parte del combustible del caos.
No se puede tapar un hoyo con un curita. El problema del tránsito requiere una cirugía mayor, no un cosmético. Necesitamos inversiones públicas serias y sostenidas en sistemas integrados de transporte, una reforma profunda al sistema de licencias, un retiro ordenado de los vehículos obsoletos, y una política nacional de movilidad urbana, donde el ciudadano entienda que no es más libre por tener un carro, sino por tener acceso a opciones seguras, rápidas y eficientes.
Es hora de dejar la improvisación y el populismo vial. Resolver el tránsito no es solo una necesidad, es una obligación moral y económica del Estado dominicano. Porque un país que no puede mover a su gente, tampoco podrá mover su desarrollo.