OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, 7 SEGUNDOS.- ¿Qué es Sefarad? Sefarad es el nombre con el que el pueblo judío ha identificado, desde la Edad Media, a la Península Ibérica. La palabra aparece ya en los textos bíblicos (Obadías 1:20), pero fue entre los siglos X y XV cuando “Sefarad” se convirtió en un símbolo de hogar y florecimiento espiritual para la comunidad judía que habitó lo que hoy conocemos como España y Portugal.

Los judíos sefardíes —descendientes de aquellos que vivieron en la península hasta su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos, y en 1497 en Portugal— forjaron una de las culturas más refinadas, sabias y resilientes de la historia. Al ser expulsados, llevaron consigo no solo la lengua castellana medieval —que se transformó en el ladino o judeoespañol—, sino también sus costumbres, su fe y una memoria que ha sido transmitida de generación en generación.

Madrid, punto de partida

Iniciar esta serie en Madrid no es fruto del azar. Aunque la ciudad aún no era la gran capital imperial en tiempos de la expulsión, ya contaba con una presencia significativa de judíos dedicados al comercio, la medicina, la ciencia y la vida comunitaria. Las huellas son pocas, casi borradas por el tiempo y el silencio forzado, pero aún se perciben en la toponimia, en los archivos inquisitoriales y en la memoria que resiste.

Desde aquí comienzo un viaje físico y espiritual que me llevará por varias ciudades del sur de España y Portugal, en busca de las huellas de mis antepasados sefardíes. En este recorrido, evocaré no solo la historia de los López Penha —mi familia—, sino también la de miles de linajes que fueron arrancados de sus hogares por la intolerancia, y que, sin embargo, supieron sobrevivir, rehacerse y multiplicarse en otras tierras.

Cada ciudad será una estación del alma: Sevilla, Córdoba, Toledo, Granada, Lisboa, Évora, Belmonte… En todas ellas aún se sienten los ecos de oraciones susurradas, de libros escondidos, de llaves de casas que nunca se pudieron volver a abrir. Este es un viaje para honrar a quienes partieron sin retorno, pero dejaron en nosotros la semilla viva de la memoria.