OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, 7 SEGUNDOS.-
Estimado Aníbal:
Tu editorial sobre el estado de sitio en que ha caído nuestra ciudad no solo refleja una realidad palpable, sino que también nos desnuda emocionalmente: vivimos atrapados. Hace tiempo yo decidí salirme de esa trampa y comenzar a vivir digitalmente, hacer lo que pueda a través de la tecnología, porque la ciudad ya no da para más. Es una huida parcial, sí, pero necesaria para conservar la cordura.
Cada vez que llego a Casa de Campo, siento que me quito de la sien una pistola .45 cargada de ruido, entaponamientos, estrés y frustración. Santo Domingo —y muchas otras ciudades del interior— se han vuelto simplemente inhabitables. Lo que tú llamas con razón “una batalla diaria” ya no es solo contra el tráfico, sino contra el colapso físico y emocional del entorno.
El presidente Abinader no hizo las inversiones estructurales que el país necesitaba. Su gestión quedó atrapada entre préstamos de consumo y obras de maquillaje. Mientras tanto, el ciudadano de a pie se agota esperando soluciones, y termina optando por el autoexilio interno: menos salidas, menos vínculos sociales, menos ciudad.
El caos vehicular no es solo un problema técnico: es un espejo roto de nuestra cultura urbana, de una política sin rumbo y de una economía que vende espejismos pero no resuelve lo básico. Hemos llegado al punto donde la gente reorganiza su vida no por aspiraciones, sino por supervivencia. Y en esa realidad, vivir digitalmente se ha vuelto una tabla de salvación: reuniones por Zoom, pedidos por apps, clases remotas… todo menos salir a enfrentar la jungla urbana.
Gracias por encender nuevamente esta conversación. Pero es hora de que, además de señalar el problema, asumamos que sin voluntad política real y sin una ciudadanía activa, este “campo minado de frustración” terminará volviéndose inhabitable para todos.