OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, para 7 SEGUNDOS.- En República Dominicana, la devaluación no es un accidente de coyuntura ni un capricho del mercado, sino el resultado directo de una distorsión estructural que hemos tolerado durante dos décadas: el déficit cuasi fiscal del Banco Central. Este déficit, que debió eliminarse con las primeras emisiones de bonos soberanos, fue dejado en manos de la institución como un lastre permanente, y así nació un segundo emisor de deuda en la economía dominicana.

El Banco Central, en lugar de limitarse a su rol de regulador monetario, se convirtió en pagador de intereses mensuales para sostener certificados y títulos que crecen como bola de nieve, alimentando a inversionistas en puestos de bolsa y bancos que aprovechan la necesidad de la autoridad monetaria de desmonetizar el mercado.

La paradoja es que, en teoría, esos fondos deberían estar circulando en la economía, pero si lo hacen, la tasa de cambio se dispararía de manera inmanejable. Se ha creado entonces un sistema en el que el Banco Central mide su desempeño casi exclusivamente en relación con la estabilidad cambiaria, atrapado entre mantener la credibilidad y evitar un desbordamiento que presione aún más al peso.

El problema se agrava cuando el Ministerio de Hacienda impulsa planes de gasto público para dinamizar la economía, pues más pesos en circulación significan más presión sobre la tasa de cambio, poniendo en evidencia la contradicción entre una política fiscal expansiva y un esquema monetario frágil.

La salida, aunque políticamente incómoda, es obvia: el déficit cuasi fiscal debe ser eliminado y absorbido por el Estado central, capitalizando al Banco Central para que retome con verdadera efectividad sus funciones monetarias. Lo contrario es mantener la economía nacional colgada de un hilo, con una devaluación siempre acechando como espada de Damocles que puede cercenarnos en cualquier momento.

El caso argentino bajo Milei demuestra el costo de postergar ajustes estructurales; en República Dominicana aún estamos a tiempo de evitar un trauma mayor, pero solo si se actúa con responsabilidad. Mientras no se adopte esta solución, seguiremos condenados a vivir con nuestra propia “Alexa” de la devaluación, repitiendo año tras año un veredicto que conocemos de antemano, pero que nadie parece dispuesto a enfrentar de raíz.