OPINIÓN, ANDRÉS A. AYBAR BÁEZ.- En la República Dominicana, como en muchas otras sociedades, la juventud suele ver la vida después de los 50 como una especie de etapa residual, una antesala al retiro absoluto del protagonismo social. “Ya tú estás out”, dicen con una mezcla de humor y desdén, como si los años fueran una condena en lugar de un privilegio.
Para quienes hemos cruzado ese umbral y nos encontramos en la llamada tercera edad, esta percepción no es solo un juicio cultural: se convierte muchas veces en una realidad emocional. La viudez toca a las puertas de muchos, el cuerpo deja de responder con la agilidad de antes, las enfermedades comienzan a escribir su propio calendario, y la soledad —esa compañera silenciosa— empieza a colarse en las tardes largas y las noches sin llamadas.
Pero vivir la tercera edad en República Dominicana no tiene por qué ser sinónimo de renuncia ni de marginación. Al contrario, es un tiempo para mirar hacia adentro con profundidad, y también hacia los lados, hacia nuestros iguales, hacia los amigos que se han mantenido en pie —como nosotros— a pesar de las pérdidas, los cambios y las cicatrices.
Los amigos, en esta etapa, ya no son solo compañeros de tertulia. Son puntos de anclaje emocional. Son testigos de nuestras historias, coautores de nuestras memorias, y cómplices de las pequeñas alegrías que aún nos reservan los días. Un café con ellos vale más que una gran fiesta. Un juego de dominó o de golf se convierte en un acto de resistencia contra la invisibilidad. Una conversación sin reloj es una medicina sin receta.
Vivir la tercera edad en RD requiere aprender a encontrar propósito donde antes hubo velocidad; abrazar la lentitud como una forma de contemplación; y entender que el valor ya no está en lo que producimos, sino en lo que representamos: la memoria viva de una sociedad.
Nos toca también ser agentes de cambio cultural, desmontar la idea de que estamos “out”. Somos, de hecho, quienes más hemos estado “in” en los grandes momentos del país. Somos la conciencia crítica, el equilibrio ante la impulsividad, y muchas veces el sostén de familias que se rehúsan a romperse.
Y sí, hay días difíciles. Días de ausencia, de nostalgia, de lucha interna. Pero también hay días de gratitud, de serenidad, de humor compartido. En este país de contrastes, donde el calor humano aún sobrevive a la prisa digital, la tercera edad puede vivirse con dignidad si nos abrimos a la amistad, si nos permitimos seguir soñando, y si recordamos que el tiempo, aunque nos reste fuerzas, nos regala sabiduría.
La vejez no es el ocaso: es un nuevo tipo de amanecer. Y como todo amanecer, hay que aprender a verlo con los ojos del alma.