OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, para 7 Segundos Multimedia. – En medio de un país cargado de debates , el caso de SENASA —el Seguro Nacional de Salud— debe ser abordado con la seriedad que exige la sostenibilidad de un sistema vital: el de la salud pública. Muchos quieren distraernos con tecnicismos, comisiones y acusaciones cruzadas. Pero la realidad es mucho más simple: no hay sistema financiero o asegurador que sobreviva al crecimiento de sus obligaciones sin la debida capitalización.
SENASA, como administradora de riesgos de salud (ARS) del Estado, ha sido cargada por los gobiernos con un número récord de nuevos afiliados, en su mayoría provenientes de sectores vulnerables que no aportan al sistema. En teoría, esto es un acto loable de inclusión. En la práctica, es una bomba de tiempo si no se acompaña de los fondos necesarios para garantizar cobertura real.
La matemática es básica: cada afiliado implica una prima, un costo estimado de atención, una proyección de reclamaciones. Si el número de afiliados crece sin que el Estado incremente proporcionalmente su aporte o sin reservas actuariales que respalden esa expansión, el sistema entra en déficit. Y si a esto sumamos un incremento sin precedentes de las reclamaciones, como ya se está viendo a nivel nacional, la fórmula resulta letal: insolvencia operacional.
Una ARS no es solo una entidad de servicio, es también una estructura financiera que debe operar con criterios de solvencia, equilibrio y riesgo calculado. Cargarla con millones de vidas sin capital de respaldo es, simplemente, irresponsable. SENASA no quiebra por mala gestión, ni por falta de vocación pública, sino por una simple ecuación desbalanceada: más gasto, menos ingreso, igual a colapso.
La solución tampoco es desmantelar el sistema ni demonizar a las ARS privadas. La verdadera respuesta es que el Estado debe asumir su rol de garante financiero de esa inclusión masiva. No se puede abrir la puerta de la cobertura universal sin saber quién pagará la cuenta.
Todo en la vida tiene un precio. Y en salud, el costo no pagado se traduce en desabastecimiento, hospitales saturados, servicios caóticos y, lo más grave, vidas en riesgo. La generosidad sin respaldo económico no es virtud, es populismo aritméticamente insostenible.
Es hora de dejar los discursos y enfrentar la verdad: SENASA necesita capital, no aplausos. Y el sistema necesita reformas basadas en responsabilidad fiscal, no en demagogia y así tendremos a SENASA por muchos años más.