Por más que se quiera tapar el sol con un dedo, la crispación social, desorden en el tránsito, en la inmigración e inseguridad se hacen demasiado evidentes para todos los dominicanos que no viven aislados en ciertos espacios del polígono central del Distrito Nacional.
Sin intención de hablar de clases sociales y clasificar entre «popí’s y wa-wa-wa»; la verdad es que quién no toma el metro, no coge un tapón con el calorazo de un carrito público o no tiene que vivir el día a día en esta selva de cemento; difícilmente pueda entender el problema que vive la República Dominicana hoy día.
Desde «La Julia» hasta el Palacio Nacional, se hace difícil entender lo que vive La Punta en Villa Mella, o lo que se vive en el «Hoyo de Chulín»; entre alto cilindraje, bonos para los útiles que se pagan con los impuestos de cada ciudadano, y la conocida comodidad que «ofrece el poder», tal vez no se entiende la crispación social que vive la República Dominicana.
Vivir con el tránsito frenado porque «pasará el presidente», aleja a los mandatarios de las realidades que viven las personas que mantienen ese lujo; y no es que no se haga, es que pareciera una desconexión tan abrupta de lo que vive el dominicano todos los días. Tal vez, le llamaríamos ingenuidad política, al hecho de enfocarse en los temas que parecieran superfluos, sin solucionar sustancialmente los importantes.
Sí, en cuatro años no se arregla un país, pero con excusas tampoco. La sociedad pide soluciones cuya ejecución parece ignorarse de manera intencional. La sociedad pide respuesta urgente al tema de los tapones, a la inmigración de ilegales y a la inseguridad que parece multiplicarse como un virus indetenible.
Hoy vemos un país que anda «manga por hombro» y las principales acciones que podríamos vislumbrar del gobierno parecieran puramente estéticas. ¿A qué se apuesta? ¿Cuál es el problema de fondo que no se tome acción real? ¿Qué hace falta?
¡Vamos, gobierno!, que la «jorqueta» que esteríca la paciencia del país, pareciera que se está agotando en cada día que pasa; y una involución social a esas alturas no podrá detenerse con publicidad ni dinero del erario; el elefante en la habitación estará demasiado grande para seguir camuflajeándolo como se ha hecho en estos últimos cuatro años…
¡La mejor publicidad que podría tener cualquier gobierno es: hacerlo bien!