Crónica de una búsqueda ancestral
OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, para 7 Segundos Multimedia. – Tras dejar atrás Sevilla y su río de memoria, el trayecto nos llevó hacia tierras de frontera. El paisaje se tornó sobrio, adornado por sierras suaves, castillos y pueblos blancos que parecían custodiar secretos antiguos. A medio camino, hicimos escala en Mérida, la antigua Augusta Emerita, capital de la Lusitania romana. Allí, entre piedras imperiales, descubrimos un capítulo ignorado de la historia sefardí que estremeció el alma.
Mérida alberga una de las comunidades judías más antiguas de la Península, con presencia documentada desde época romana. Se han hallado lápidas hebreas de los siglos II al IV, algunas con inscripción latina, y otra del siglo VII. En la Edad Media, su judería floreció cerca del templo de Diana, con una sinagoga que fue convertida, tras la expulsión, en la Ermita de Santa Catalina. Aunque poco queda en pie, el legado perdura en la memoria de quienes buscamos los rastros de Sefarad. Mérida fue hogar y refugio, pero también origen del exilio.
Y fue con esa emoción que cruzamos hacia Portugal. Para muchos sefardíes, ese paso no solo marcaba una frontera geográfica, sino una posibilidad de vida. Aunque poco después también Portugal impuso la conversión forzada, por un breve lapso ofreció cobijo a miles de expulsados. Desde allí partieron hacia el norte de África, Ámsterdam o las Antillas. La familia López Penha, siglos después presente en Curazao y en Azua, probablemente encontró en este suelo portugués un último respiro antes de continuar su odisea. Portugal, siglos después, les devolvería simbólicamente la dignidad con la Ley del Retorno.
En Évora, ciudad de piedra y resonancias silenciosas, floreció otra comunidad sefardí activa y erudita. Fue cuna de médicos, sabios y comerciantes judíos hasta que la Inquisición oscureció su destino. Hoy, la Capilla de los Huesos —con su frase estremecedora: “Nosotros, los huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos”— nos recuerda a quienes partieron sin retorno. Entre ellos, quizás, los antepasados de los López Penha, cuyo linaje llegaría a levantar con dignidad la estirpe Báez López Penha en tierras caribeñas. Évora fue umbral y despedida.
Lisboa nos recibió con el rumor del Tajo y el perfil sereno de sus colinas. Y pensé en Moisés Benjamín López Penha Levy, en la estirpe que llevó ese nombre desde el exilio hasta el Caribe. Esta etapa no fue un cierre, sino una entrada: a Portugal, sí, pero también a una conciencia renovada de quiénes fuimos y quiénes seguimos siendo. Los pasos de nuestros antepasados cruzaron estas tierras en silencio. Hoy, en voz alta, los honramos.