OPINIÓN, ANDRÉS AYBAR BÁEZ, para 7 Segundos Multimedia. – Esta investigación genealógica y cultural se origina en una figura casi mitológica dentro de la tradición oral familiar: Moisés Benjamín López Penha Levy, quien habría llegado a la ciudad de Azua, República Dominicana, procedente de Curazao en el siglo XIX. Ese arribo, aparentemente fortuito, constituye en realidad un eslabón dentro de la cadena más amplia de la diáspora sefardí. Su descendencia, con los años, marcaría ámbitos tan diversos como la banca, la medicina, la docencia, el comercio y la vida pública nacional dominicana.
Como hijo de Rhina Báez López Penha, mi crianza no se dio bajo ritos judíos ni con conciencia plena de nuestras raíces sefardíes. Sin embargo, el apellido López Penha fue siempre un signo de distinción silenciosa. Solo en la madurez comprendí que aquel nombre encierra una historia exiliada, resiliente y todavía latente.
En este recorrido personal e investigativo, Toledo emerge como punto crucial. Esta ciudad, reconocida por ser un crisol de culturas — judía, cristiana y musulmana — fue durante siglos un centro de irradiación intelectual hebrea. Caminando por sus calles y visitando la Sinagoga del Tránsito y el Museo Sefardí, he sentido con fuerza el llamado de una historia que parecía dormida. Allí, sabios como Yehuda Haleví y Abraham Ibn Ezra consolidaron un legado que trasciende continentes.
La quinta parada de mi itinerario sefardí me llevó a redescubrir nuestras raíces no solo espirituales, sino documentales. Gracias a recientes hallazgos genealógicos, he podido establecer que una rama de nuestra familia se vincula directamente con la provincia toledana, en particular con la ciudad de Talavera de la Reina. Allí nació en 1721 Esther de Selomoh Fernández Nunes y García, quien migró a Curazao y contrajo matrimonio con Moseh de Jacob López Penha y Mendes Da Costa. Su hija, Raquel de Moseh López Penha, nació en Ámsterdam en 1754 y falleció en Curazao en 1806, completando así una ruta frecuente en familias sefardíes: de la Península al norte de Europa, y de allí al Caribe.
Este recorrido histórico-cultural establece un eje vital entre Toledo, Ámsterdam y Willemstad. La trayectoria de los López Penha reproduce fielmente la odisea sefardí: expulsión, migración, adaptación y resiliencia. En Curazao, esta familia retomó su vida religiosa, social y profesional, integrándose a una comunidad judía próspera que sería decisiva para el Caribe hispano-neerlandés.
Este artículo también reivindica las figuras de David López Penha y Abraham Zacharias López Penha, hermanos de Moisés. El primero fue empresario, ensayista y humanista, con una fuerte vocación social. El segundo, poeta y pensador introspectivo, escribió desde el alma del exilio. Ambos enriquecieron con su palabra la tradición cultural sefardí que hoy intento reconstruir.
Con este testimonio, espero contribuir a la reconstrucción de la memoria colectiva de los judíos sefardíes del Caribe, muchos de los cuales — como nuestra familia — vivieron una “segunda expulsión” silenciosa: la del olvido. Al reinsertar a los López Penha dentro del mapa histórico de Sefarad, me uno al esfuerzo de muchos que, desde diversas partes del mundo, trabajan por restituir la dignidad y el reconocimiento a un legado invaluable.
Toledo no es solo una etapa geográfica de este viaje: es un espacio simbólico donde las raíces se reconocen, la historia se redime y el pasado se proyecta como herencia viva. Aquí comprendí que la diáspora no fue un final, sino una transformación. Nosotros, los descendientes, no solo heredamos apellidos: somos los portadores de una llama que sigue ardiendo.